HUMANIDAD Y COSMOS es un programa que trata de traerle a usted eso que siempre se preguntó y nunca tuvo la oportunidad de escuchar… Hechos históricos ocultados, fenómenos insólitos, creencias, mitos y leyendas, arqueología proscripta, seres extraños, energías prohibidas, noticias curiosas, científicos censurados, el misterio de los objetos voladores no identificados, profecías y vaticinios, sociedades secretas, ecología, enigmas y soluciones para vivir física y espiritualmente sanos.


lunes, 30 de noviembre de 2015

MACUXÍES, LOS INDÍGENAS QUE FUERON CASTIGADOS IMPIDIÉNDOLES EL ACCESO AL MUNDO SUBTERRÁNEO

Esta etnia indígena sudamericana habita en la región fronteriza entre Brasil, Venezuela y Guyana. Hasta 1907 accedían al interior del planeta por una red de túneles después de caminar unos 15 días, pero, por no guardar el secreto fueron castigados por los gigantes que habitan en su interior.

El Territorio Indígena Raposa-Serra do Sol,
hogar de los macuxíes en el estado brasileño
de Roraima.
En Brasil el Territorio Indígena Raposa-Serra do Sol (en el estado de Roraima) fue reconocido por el presidente Lula Da Silva en 2005, y lo habitan más de 19.000 indígenas de cinco etnias de los pueblos Macuxi, Wapixana, Taurepang, Patamona e Ingarikó, distribuidos en 149 comunidades. La dimensión de este territorio de influencia macuxí puede ser estimada en torno a los 30 mil a 40 mil km2.

Ubicación del Territorio Indígena
Raposa-Serra do Sol, en Roraima, Brasil.
Aquí viven la mayoría de los macuxíes.
Los macuxíes en su mayor parte viven en la reserva llamada Raposa-Serra do Sol (Tierra del Zorro y la Montaña del Sol) al norte de Brasil, en la frontera con Venezuela y Guyana. 

Es una región espectacularmente bella de montañas, selvas tropicales, sabana, ríos y cascadas. Ocupa un territorio de cerca de 1,7 millones de hectáreas y allí los indígenas conservan sus lenguajes y costumbres, a pesar de haber mantenido contacto con foráneos desde hace más de dos siglos. Muchas comunidades dirigen sus propios programas educativos y sanitarios, y han creado varias organizaciones para defender sus derechos y ayudarles a desarrollar sus proyectos.

La lengua macuxí
El idioma macushí, makushí, makuxi o macuxí pertenece a la familia de idiomas caribes. Se habla ante todo en Brasil, con algunos hablantes en Venezuela y Guyana. El idioma más parecido es el pemón en Venezuela que es considerado un dialecto del macushí.

Niños macuxíes en Uiramua, territorio indígena
de Raposa-Serra do Sol, Brasil.
Se calcula que la lengua makushi o macuxí la hablan menos de 25.000 personas en la frontera de Brasil, Guyana y Venezuela. El número de macuxíes en Venezuela no está definido porque el censo de 1992 los incluyó en el grupo pemón. Tal vez cuenta con 600 miembros, estando la lengua amenazada. La lengua makushi se habla en la frontera sudoccidental de Guayana, en veinte asentamientos. El grupo étnico consta de 7.750 miembros en 50 aldeas, estando la lengua potencialmente amenazada. En el noroeste de Brasil actualmente los aborígenes macuxíes habitan en su mayoría en el estado de brasileño de Roraima sumando allí 11.598 personas en total y su lengua aún es hablada con fluidez, en más de veinte Tierras Indígenas, entre las cuales destaca Terra Indígena Raposa/Serra do Sol.

Tradiciones de los macuxíes
Una aldea Macuxi es un conjunto de chozas construidas alrededor de un patio central. Se agrupan por familias y cuando una joven y un muchacho se casan, luego del casamiento, el matrimonio pasa a vivir en la casa de la familia de la joven.

Imagen de tres macuxíes
tocando una melodía.
Entre sus tradiciones, los macuxíes hablan de un lugar donde seres vivos habitan en las profundidades de nuestro planeta, un lugar que las culturas y las civilizaciones antiguas de otros continentes sabían que existía, y que nunca tuvieron contacto con los macuxíes.

Según sus leyendas, hablan de una entrada al mundo subterráneo. Hasta el año de 1907, los macuxíes entraban a una especie de caverna, y viajaban de 13 a 15 días hasta que alcanzaban el interior. Finalmente, en el otro lado del mundo, eran recibidos por los Gigantes, hombres que tienen alrededor de 3 a 4 metros de altura.

Según los Macuxíes se les dio la tarea de vigilar el exterior de la entrada y evitar que los extraños entren en el “Mundo interior”. Un día de 1907 dejaron entrar a tres ingleses que jamás volvieron y luego los gigantes castigaron a los macuxíes impidiéndoles el acceso.

Viaje al mundo subterráneo
Según la tradición oral del pueblo Macuxi, para ingresar hay que ir hasta una caverna oculta por la selva y los que entran en la misteriosa cavidad, durante tres días, solamente descienden por escaleras gigantes, donde cada escalón mide alrededor de 82 centímetros de altura.

Un macuxi en 1994 techando con ramas
de buriti, en Raposa-Serra do Sol, Brasil.
Cuando el gran viento que recorría el enorme túnel empezaba a soplar hacia afuera, (tenía ritmos de cinco días hacia afuera y otros tanto hacia adentro) podían comenzar a descender las escaleras, y las escaleras terminaban al tercer día (contaban los días con el estómago y los períodos de sueño, lo que resulta sumamente exacto). Allí dejaban también las antorchas hechas con palos embebidos en brea de afloramientos petrolíferos cercanos, y continuaban su viaje “dentro” de la Tierra, iluminado por luces que simplemente estaban colocadas allí, grande como una sandía y claras como una lámpara eléctrica.

El viaje hacia el mundo interior según los
macuxíes les llevaba entre 13 y 15 días.
Cada vez andaban más rápido, puesto que iban llevando menos peso e iban perdiendo el peso corporal pasados cuatro o cinco días. Atravesaban cinco lugares que estaban muy bien delimitados, en medio de unas cavidades enormes, cuyo techo no era posible ver. Allí habían -en una de las salas- cuatro luces como soles, imposible mirarlos, pero que seguramente no era tan altas como el sol. En ese sector crecían algunos árboles de buenos frutos, como cajúes, nogales, mangos y plátanos, y plantas más pequeñas se encuentran luego de caminar seis o siete días. Por la descripción comparativa con ciertos lugares de la zona macuxí, esa sala tendría unos diez kilómetros cuadrados de superficie “transitable” y vegetada, y otros sectores inaccesibles y muy peligrosos, con piedra hirviendo, así como unos arroyos de azogue o mercurio. Luego de estas cinco grandes cavidades, en un punto situado más allá de medio camino, debían tomarse de las paredes, y con cuidado impulsarse porque “volaban”.

Macuxíes brasileños con vestimentas
tradicionales en  el año 1996.
Cuanto más lejos los exploradores del pueblo Macuxi se desplazaba dentro de las cavidades, áreas más grandes de vegetación observaban. Las tradiciones orales macuxíes continúan y dicen que después de pasar por estas cámaras gigantes, habiendo transcurrido la mitad del viaje, tienen que moverse con cuidado ya que el misterioso “aire” puede hacer que las personas “vuelen o floten” por los alrededores.

Para llegar al mundo subterráneo el viaje
comenzaba con el descenso durante tres
días por unas escaleras cuyos escalones
eran de 82 centímetros cada uno.
El viento que había comenzado a soplar hacia afuera, no era obstáculo al iniciar el descenso, pero si lo intentaban al revés, la violencia del remolino les podía arrastrar al abismal túnel, y el cadáver -golpeado mil veces- no se detendría hasta un día de marcha, cueva adentro. Respetando este ciclo, iniciando la marcha con viento en contra (que era a favor de su seguridad) bajaban tres días por escaleras; y luego de dos días de marcha por un túnel angosto, ya sin escaleras, el viento volvía hacia adentro, de modo que cuidaban los pasos desde el día de la partida, para no dejar arena removida o guijarros sueltos que luego se estrellarían en sus espaldas. Aún con viento a favor -ya en el séptimo u octavo día de marcha-, llegaban a la zona “donde todo vuela”, es decir al medio de la costra del planeta (el medio de la masa, magnéticamente hablando, que no es el centro geométrico de la Tierra, sino cualquier punto en medio del espesor de la corteza).

Año 1911, foto de dos mujeres macuxíes.
A veces el viento era muy fuerte, y en vez de tomarse de las paredes para impulsarse, debían hacerlo para frenarse y no ser golpeados. Generalmente duraba desde poco menos de un día hasta día y medio, la travesía sin gravedad. Algunas veces debieron aferrarse a las salientes pétreas o a hierros que habían “desde antes” clavados en la roca, y esperar dos días a que amainara el viento. Luego seguían el camino caracterizado por arroyos con aguas muy frías que atravesaban la caverna, y entraban a una especie de gran tazón, mayor que los anteriores, donde habían unas cosas brillantes, de forma similar a los panales de abejas, de unos diez metros de diámetro, situados sobre un vástago, como un tronco de árbol, a una altura imprecisable por la memoria de los ancianos macuxíes.

La tribu de los macuxíes durante la
celebración de sus juegos tribales.
Los viajeros iban recobrando el peso, pero no llegaban a recobrarlo totalmente, porque aparecían en “la tierra del otro lado”, donde todo es un poco más liviano, el sol es rojo y siempre es de día, sin noche, ni estrellas ni luna. Allí permanecían unos días, disfrutando de unas playas cercanas, volviéndose más jóvenes.

Un niño macuxí
regresa de pescar.
Continuando su viaje, ellos alcanzarían un lugar dentro de la Tierra, donde los Gigantes vivían. Allí, los exploradores macuxi comían la comida de los gigantes, como las manzanas del tamaño de cabezas humanas, uvas del tamaño de un puño humano, y deliciosos peces gigantescos que fueron capturados por los gigantes y dados a los Macuxíes como regalos.

La carne de estos peces no se descomponía hasta dos o tres meses de haber sido pescados. Con esa preciosa carga, además de mucha energía corporal, los macuxíes volvían acompañados de algunos gigantes del mundo interior que les ayudaban con el enorme peso que traían. El viaje de vuelta se iniciaba con viento a favor, para volver a tenerlo a favor también en la última etapa, al subir los tres últimos días por las escaleras, cuyos últimos restos existen actualmente.

Niños macuxies en una de sus celebraciones.
Después de abastecerse con comida ofrecida por los gigantes, los exploradores Macuxíes volverían “a casa” al mundo “exterior”, ayudados por los gigantes del mundo interior hasta la mitad del recorrido.

Según cuentan los macuxíes, al menos una vez por año hacían este viaje al mundo interior, pero un día aparecieron en las tierras de los macuxíes tres exploradores británicos que llegaron al Amazonas en busca de oro y diamantes. Cuando llegaron los ingleses, había lo suficiente como para conformar a su reina y a muchos ambiciosos que se enriquecieron luego, explotando a los nativos, pero uno de aquellos indígenas “autorizados a ir al interior de la Tierra”, cometió la terrible imprudencia de violar la consigna de secreto, e indicó el lugar de entrada a los extranjeros. Uno de ellos envió una carta a Su Majestad, repitiéndole una narración como ésta, con algunos detalles más. En las arenas de las playas interiores, abunda el diamante, al igual que en algunos enormes bloques carboníferos de mineral de serpentina, de antiguos calderos volcánicos, que hoy son, justamente, esos túneles hacia el interior del mundo.

Los gigantes que habitan en el
interior de la Tierra reprendieron
a los macuxíes por revelar el
secreto y les prohibieron para
siempre el ingreso al
mundo interior.
Los tres hombres ambiciosos entraron a la caverna, pero no regresaron jamás. En vez de ello, transcurrido cerca de un mes desde que los británicos ingresaron a la caverna, salieron los gigantes, reprendieron a los macuxíes y les prohibieron para siempre el ingreso al interior.

Luego de dos años de angustia y pobreza, algunos macuxíes decidieron intentar un nuevo contacto con los gigantes, a pesar de la prohibición. Viajaron esperanzados durante dos días, pero llegaron a un punto del camino donde el viento venía de otra caverna que ellos no conocían. El camino original estaba derrumbado. Algunos volvieron inmediatamente, pero otros decidieron seguir el nuevo y desconocido túnel. Varios meses después, uno de ellos regresó y dijo al resto que podían entrar; los gigantes les autorizaban, pero sería para no volver nunca afuera, porque otros ingleses irían al territorio y les dañarían. Algunos se negaron a partir, porque el lugar asignado para habitar era una de aquellas grandes cavidades. Otros aceptaron irse al mundo interior y no regresaron jamás.

Guerrero macuxí con su pintura de guerra.
La creencia -o conocimiento- de los macuxíes, es que si respetan las pautas dadas por los gigantes, luego de morir aquí afuera, nacerán entre ellos, allá adentro. Cuentan que algunos macuxíes no morían, sino que se transformaban o transfiguraban en casi-gigantes y se quedaban en el interior. Esto requería principalmente, no tener hijos aquí afuera.

Es posible que las leyendas macuxíes sean
reales y que en algún lugar en la selva
amazónica exista una entrada al mundo interno.
Para los escépticos esto es solo una leyenda, pero para los que tienen capacidad de razonamiento, no cabe ninguna duda que este relato confirma que existe un mundo subterráneo donde podría existir una civilización más avanzada que la nuestra. La existencia de seres gigantes que habitan nuestro planeta es otro hecho presente en decenas de culturas antiguas de todo el mundo. Sin duda los macuxíes los conocieron y afirman que habitan en el interior del planeta.

Es posible que las leyendas macuxíes sean reales y que en algún lugar en la selva amazónica exista una entrada a la Tierra interna. Solo es cuestión de tiempo que se descubra.

Llegan los invasores
Según datos del Censo brasileño, más de 700 mil indígenas, de 215 grupos distintos, viven en Brasil, tanto en reservas como en zonas urbanas. De ese total, 345 mil viven en aldeas.

Dos guerreros macuxíes de Guyana.
El primer contacto histórico con los macuxíes del que se tiene información fue a mediados del siglo XVIII, en una ocupación territorial estratégico-militar. La región en que fueron localizados, era próxima a la frontera de Brasil con las Guayanas, regiones con presencia de holandeses y españoles. Los portugueses decidieron ocupar esos territorios para impedir el avance de otros países. En 1775 fue construido un fuerte en la región de confluencia de los ríos Uraricoera y Tacutu, formadores del río Branco, vía de acceso a los ríos Orinoco y Esequibo. Para que el fuerte de San Joaquín se mantuviera seguro, se hizo un acuerdo de paz de los portugueses con los aborígenes, tanto Macuxíes (eran una minoría) como con otras tribus.

Macuxi con máscara tradicional ritual
paishara, Brasil.
En 1784 hay una noticia sobre dos de los principales grupos Macuxi: los Ananahy que llegaron a establecerse cerca del fuerte trayendo a sus familias consigo y los Paraujamari en 1788, que también llegaron para agruparse en las márgenes del río Negro cerca de asentamientos portugueses.

Jefe Macuxi de Río Branco, en 1907.
Primero fueron los colonizadores portugueses y los grandes ganaderos que ocuparon enormes extensiones de Raposa Serra do Sol. Esclavizaron a los indígenas, hasta tal punto, que los marcaban con hierro ardiendo como al ganado.

En el periodo del Imperio del Brasil la explotación del caucho natural esclavizó a muchos de los macuxíes en la extracción de la goma en la costa del río Branco.

Dos niños macuxíes jugando en la arena.
Luego, la zona habitada por los macuxíes fue invadida por buscadores de diamantes que explotaron el lugar desde 1912 tan intensamente que casi no hay diamante, siendo poco o nada rentable su búsqueda.

Indígena macuxí en una tarjeta
postal cerca de 1903-1904.
Poco después llegaron los buscadores de oro –garimpeiros-, que incrementaron el clima de violencia en Raposa Serra do Sol, introdujeron enfermedades, el alcohol, y causaron enormes daños al medio ambiente.

Enturbiaron los ríos con zarandas, resumidoras y mercurio, e intoxicaron los cerebros de los macuxíes que se quedaron “afuera”, con caña, caipiriña y macoña (droga). También les enturbiaban las espaldas -con látigos- y la raza, violando a sus mujeres.

En junio o julio de 1946 hubo un enorme derrumbe en el túnel, cayendo casi toda la escalera. Hoy sólo quedan algunos escalones del inicio, y un enorme precipicio sin fin donde el viento sopla con ritmos diferentes.

Pequeños macuxíes fotografiados por el
filólogo y etnógrafo alemán Theodor 

Koch–Grünberg (1872–1924) en sus viajes 
por el norte brasileño y sur de Venezuela. 
La imagen fue publicada en 1911.
En 1992 desembarcaron los grandes empresarios del agronegocio, que ocuparon enormes extensiones donde plantaron arroz. Gran parte de la ocupación se realizó en época muy reciente, cuando la demarcación de tierra indígena ya había sido reconocida. Las agresiones y los daños ambientales se han intensificado: 21 líderes indígenas asesinados, cientos de indígenas heridos (incluidos mujeres y niños), comunidades enteras arrasadas y actos terroristas como la utilización de bombas para destruir las casas, hospitales y escuelas indígenas.

Aborígenes Macuxíes y Uapixanas con el
Tuixáua (cacique) Macuxi Ildefonso, año 1904.
Para colmo, el Gobierno del Estado de Roraima ha premiado a los arroceros con la exención de impuestos y respalda su lucrativo negocio mediante medidas legales que van contra los derechos indígenas. Ningún arrocero ha pagado las multas por deterioro ambiental impuestas por el IBAMA (Instituto Brasileño de Medio Ambiente). Tampoco hay nadie en prisión por las agresiones a los indígenas.

Niños de la tribu de los macuxis,
de Roraima, alrededor de 1912.
La influencia del lobby de los agronegocios ha conseguido que el Supremo Tribunal Federal de Brasil, máximo órgano judicial, haya suspendido la operación de la Policía Federal para expulsar a los latifundistas, y haya aceptado un recurso del gobierno de Roraima contra la demarcación de la tierra indígena. El Supremo Tribunal Federal en 2009, confirmó la propiedad de los indígenas y la retirada de los intrusos no aborígenes.

Actualmente en el territorio indígena de Raposa/Serra do Sol los macuxíes están conviviendo con pueblos vecinos, los Taurepang, los Arekuna y los Kamarakoto, que también son hablantes de lenguas pertenecientes a la familia caribe y muy próximos, social y culturalmente a los Macuxíes.

Jóvenes macuxíes durante un
día festivo.
Después de años de campañas dirigidas por el Consejo Indígena de Roraima (CIR), Survival y muchas ONGs de Brasil y de otros lugares, Raposa-Serra do Sol fue reconocida legalmente por el presidente Luis Inácio Lula da Silva el 15 de abril de 2005. Dicho reconocimiento supuso un hito que se celebró con gran alegría, ya que el territorio había sido objeto de una violenta y continuada campaña por parte de los ganaderos y colonos locales, para evitar que los indígenas lo recuperasen. En las tres últimas décadas, más de 21 líderes indígenas fueron asesinados y cientos de ellos resultaron heridos durante su incansable lucha para recuperar su tierra ancestral.

Amenaza el sida a las tribus macuxíes
El riesgo más grave lo enfrentan los caripuna, macuxíes y suruí. Según una investigación de la ONU, declaró el profesor de la Universidad de Brasilia, Victor Leonardi, en una entrevista con el diario O Globo, señalando la necesidad de tomar medidas de prevención urgentes revelando que tres comunidades indígenas pueden desaparecer: los caripuna de Amapá, los macuxíes de Roraima y los suruí de Rondonia tienen un riesgo más acentuado. Los caripuna tienen estrechos contactos comerciales y sexuales con buscadores de oro, traficantes de animales, de droga etcétera, que actúan ilegalmente en esta región fronteriza con la Guyana francesa y Surinam.

La etnia de los macuxíes
interpretando el parixara, una
de sus danzas típicas.
Leonardi agregó que las mujeres macuxíes de Roraima se han convertido en objetos sexuales de los hacendados e incluso se prostituyen en las carreteras, mientras que los indios suruí se convirtieron en adictos a la cocaína y otras drogas en casa de los comerciantes de madera.

Pero no solo los visitantes introducen la enfermedad en las tribus, según Leonardi. Los propios indígenas que salen a trabajar en las ciudades o con los buscadores de oro se contagian con el virus de inmuno deficiencia humana (VIH), que provoca el sida, en los prostíbulos y después vuelven a vivir con sus familias.

De acuerdo con Leonardi, el número de indígenas infectados con el VIH es mucho mayor, ya que en varios casos la enfermedad nunca es diagnosticada como tal, y muchas veces los aborígenes mueren sin que se identifique la causa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario