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lunes, 13 de mayo de 2013

FARMACÉUTICAS OCCIDENTALES HICIERON PRUEBAS ILEGALES EN LA ALEMANIA COMUNISTA USANDO A 50.000 ENFERMOS COMO COBAYAS DE MEDICAMENTOS


Los ensayos clínicos en los años ochenta de Bayer, Schering, Pfizer, Sandoz o Roche reportaban a la maltrecha economía del país unos 450.000 euros.

Un documental revela que la antigua RDA aprobó en los años ochenta vender enfermos, por 2.200 euros cada uno, a compañías farmacéuticas occidentales para experimentos con medicamentos.

División política de ambas Alemanias
que terminó en 1990.
El llamado paraíso de los trabajadores alemanes, la ahora desaparecida República Democrática de Alemania (1949-1990) entregaba a su gente a experimentos inciertos porque sufría de una crónica y peligrosa falta de divisas occidentales, una enfermedad que se reflejaba, por ejemplo, en la pobreza de los hospitales que carecían de instrumentales médicos modernos.

Para subsanar la falta de los codiciados marcos de la Alemania occidental (RFA), el régimen comunista no tuvo reparos en vender a compañías occidentales varios miles de prisioneros, una transacción que se realizó al más alto nivel con directivos de las farmacéuticas.

Según los periodistas Stefan Hoge y Carsten Opizt, autores del documental Test und Tote (Test y muerte) emitido en la noche del lunes pasado por la primera cadena de televisión pública, ARD, el régimen de Honecker también alentó a su élite médica para que traficara con seres humanos, que eran ofrecidos como conejillos de indias humanos a empresas farmacéuticas de la RFA y de Suiza. Desde 1983, varios cientos de enfermos crónicos fueron utilizados por empresas como Sandoz y Hoechst para probar fármacos que aun no habían recibido una autorización para su comercialización.

El último presidente y dictador de Alemania
del Este, Erich Honecker.
Honecker, después de escuchar las quejas de los médicos de su país sobre las carencias en los centros médicos y el descontento de la población, ordenó a los miembros del Comité Central que diseñaran un programa que hiciera posible captar divisas para modernizar los centros médicos, según los testimonios y documentos recogidos en este trabajo periodístico.

Según el historiador de la universidad de Marburgo Christoph Friedrich, en el otoño de 1983 un grupo de médicos de clínicas escogidas recibieron la autorización para utilizar a sus pacientes para realizar pruebas con medicamentos no autorizados. Las clínicas ofrecían a las víctimas por la suma de 3.800 marcos alemanes de entonces (2.184 euros actuales).

Una de las víctimas fue Gerhard Lehrer, que estaba hospitalizado en Dresde a causa de un ataque al corazón. Después de ser dado de alta, el estado de salud de Lehrer empeoró y su médico personal le exigió que devolviera el medicamento que había recibido. El enfermo se negó. Lehrer murió un año después, pero su viuda conservó la cajita roja que contenía las cápsulas de color rojiblanco que le habían administrado.

Las drogas experimentales de las farmacéuticas
de Occidente se aplicaban en pacientes de
la Alemania comunista.
Hace dos años, una cadena regional de televisión, informó por primera vez sobre el comercio de seres humanos, pero sin dar muchos detalles. La viuda contactó con la emisora y entregó las cápsulas, que fueron analizadas por un laboratorio de la universidad de Leipzig. El resultado alertó a la comunidad científica: las capsulas no contenían un fármaco apropiado para combatir las enfermedades del corazón, sino un placebo.

Un número de serie en la cajita roja sirvió de pista para los dos periodistas que no tardaron en descubrir en los archivos del Ministerio de Sanidad de la ex RDA sendas carpetas que contenían información sobre los test con medicamentos. Gerhard Lehrer, por ejemplo, había recibido el fármaco Ramipril, utilizado para bajar la presión sanguínea y fabricado por la farmacéutica Hoechst.

Las clínicas ofrecían a las víctimas por la suma de
3.800 marcos alemanes de entonces
(2184 euros actuales).
El negocio entre las clínicas de la ex RDA y los consorcios farmacéuticos estuvo reglamentado a través del Ministerio de Comercio de la Alemania comunista y según la documentación obtenida por los dos autores del documental, fue floreciente. "Creemos que más de 1.500 personas fueron utilizadas por multinacionales occidentales para probar sus nuevos fármacos", declaró Stefan Hoge, uno de los dos autores del documental. "Los consorcios siempre han necesitado seres humanos para probar sus fármacos y esto lo sabía muy bien la élite médica en la RDA", añadió.

"Unos de los centros médicos que mas colaboró con esta práctica fue el Charité de Berlín", dijo Hoge, al referirse a una de las grandes instituciones médicas que existían en la ex RDA y que también sufría por la escasez de divisas que imperaba en el país de la hoz y el martillo. "De hecho, todos los centros médicos estaban interesados en ofrecer pacientes".

Policías de Alemania del Este, durante la caída
del Muro de Berlín, en la Puerta de Brandeburgo.
Un "paciente" fue Hubert Bruchmüller, a quien le descubrieron una insuficiencia cardíaca que puso fin a sus aspiraciones de convertirse en atleta. El enfermo recibió el medicamento Spirapril de Sandoz: Durante su permanencia en un hospital en Lostau, una localidad cercana a Magdeburgo, 6 de los 17 afectados que fueron tratados murieron, un balance que convenció a Sandoz de suspender los test. Bruchmüller sobrevivió gracias a la caída del Muro, que obligó a las autoridades sanitarias de la ex RDA a poner fin al programa creado en 1983.

Los autores del documental lograron localizar al médico Johannes Schweizer, quien recetó a Gerhard Lehrer las capsulas que contenían Ramipril y que actualmente trabaja como catedrático en la Universidad de Chemnitz. "Es cierto, Tratamos a estos pacientes y siempre se trataba de vida o muerte", confesó el médico.

50 clínicas de Alemania del Este colaboraron con
las multinacionales farmacéuticas occidentales
experimentando con sus pacientes.
Tras la emisión del documental, Hoge señaló que ya está recibiendo comentarios de gente anónima que cree haber sido utilizada por el régimen. "La prensa está reaccionando lenta, pero positivamente", dijo el autor.

El último Gobierno comunista de la RDA, dirigido por Erich Honecker además de experimentar con sus ciudadanos como si fueran ratas de laboratorio, también hizo posible que la sueca IKEA hiciera construir muebles en las cárceles de la Alemania del Este, con mano de obra esclava de miles de presos políticos, un pecado que fue admitido recientemente por el gigante sueco.

Un escándalo que crece
La Asociación Alemana de Empresas Farmacéuticas quiere esclarecer científicamente la dimensión de los experimentos médicos de compañías farmacéuticas occidentales con ciudadanos de la extinta República Democrática Alemana (RDA). Este fin de semana, el semanario Der Spiegel (El Espejo), elevó la cifra de posibles víctimas hasta 50.000, en lugar de los pocos miles de casos calculados en investigaciones previas.

Emblema de la Stasi, la 
temible policía secreta
de la Alemania comunista.
Cincuenta clínicas de la RDA colaboraron con multinacionales farmacéuticas como Schreing o Sandoz en unos 600 experimentos en cada una a gran escala. En muchos casos, los enfermos no sabían que estaban siendo tratados con medicinas que carecían de licencia en la Alemania capitalista y democrática. A cambio, los consorcios alemanes, estadounidenses o suizos pagaban ingentes sumas a las autoridades orientales y ponían a su disposición material clínico diverso. Cada estudio podía reportar unos 450.000 euros en divisas a la maltrecha economía de la RDA en los años ochenta del siglo pasado.

El jefe del archivo de la policía política de la RDA (Stasi), Roland Jahn, denunció que la industria farmacéutica “se benefició de las condiciones políticas autoritarias en la RDA”. La temida Stasi estaba al tanto de todos estos manejos, porque la obtención de divisas era una de las prioridades del régimen socialista.

Participó en las pruebas la flor y nata de las multinacionales: Bayer, Schering, Pfizer, Sandoz o Roche se aprovecharon de la falta de garantías legales y las necesidades económicas del Este alemán para llevar a cabo pruebas científicas que habrían causado desconfianza en Occidente. Un informe de la Stasi recoge una conversación entre médicos del hospital berlinés Charité, cuyo director científico, Christian Thierfelder, consideraba que la multinacional Schering (hoy parte de Bayer) quería someter a ciudadanos orientales “a pruebas que la prensa occidental tacha de indignas e inhumanas”. Los ensayos incluyeron toda la gama de una gran botica: quimioterapia, productos para el corazón, antidepresivos, etcétera. En otros casos se probaron sustancias cuyos efectos no estaban todavía claros, para averiguar si tenían algún uso farmacéutico.

Archivos secretos de la Stasi en Berlín.
La empresa Hoechst, hoy parte de la multinacional francesa Sanofi, probó con enfermos orientales un medicamento llamado Trental, al que al menos dos personas no sobrevivieron. Hay pruebas de que otros dos murieron tras ser tratados con Spirapril, de la farmacéutica bávara Sandoz, que interrumpió el estudio. Otros documentos prueban que la empresa Boehringer, hoy parte de la suiza Hoffmann-La Roche, probó en 1989 tratamientos hormonales con EPO en 30 prematuros. Der Spiegel habla también de experimentos con alcohólicos que, inconscientes o presas del delirio, fueron tratados con una medicina de Bayer llamada Nimodipin. Debía fomentar el riego sanguíneo en el cerebro de pacientes incapaces de dar su consentimiento o de entender que estaban siendo sometidos a un inescrupuloso ensayo médico.

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